En la sociedad moderna, es innegable el papel
trascendental que juegan la ciencia y la tecnología en la vida de las personas
y por supuesto en la dinámica social, en las diversas facetas de la misma: el
trabajo, la comunicación, el transporte, la alimentación, el entretenimiento y
muchas otras. Es en esta “sociedad tecnológica” que surge el concepto de cultura científica, como una necesidad
fundamental de las sociedades que aspiran a la vida democrática y una tarea que
ha sido asignada a las instituciones educativas, particularmente, las de
educación obligatoria.
Hasta hace pocas décadas, no se consideraba importante
que la ciudadanía general se interesara en el desarrollo
científico-tecnológico, pues se visualizaba como una actividad propia de
algunas pocas personas cuya preparación universitaria los capacitaba para
desenvolverse en la investigación y desarrollo técnico-científico-tecnológico.
Hoy, con la alta penetración de las diferentes tecnologías en cada área de la
vida cotidiana, esta perspectiva “exclusiva” es obsoleta y desde luego, se ha
ido abandonando paulatinamente (López, 2009).
En definitiva, definir el concepto de cultura científica
no es sencillo. Lo importante, sin embargo, no es definir este concepto, sino
lograr relacionar la ciencia con la cultura, combatiendo una noción que
tradicionalmente las desligaba. Al respecto, Castaño, Cuello, Gutiérrez,
Rivero, Sampedro y Solís (2005) indican:
La ciencia, tanto básica como aplicada, es cultura
y forma parte de la cultura como un recurso importante en orden a satisfacer
necesidades e intereses. Es un logro máximo y característico de la especie
humana. Tiene una dimensión teórica, fruto de la capacidad constructiva del ser
humano, y ha jugado un papel destacado en numerosos procesos generadores de cambios
profundos. (p. 37)
Como se desprende del comentario anterior, la ciencia es
cultura dado que es una creación humana, un conjunto de conocimientos y
prácticas que se han transmitido de generación en generación y que, además,
goza de una estimación general en función de sus múltiples beneficios al
bienestar de la humanidad. Siendo más quis-quillosos, podríamos remitirnos a la
definición de cultura que presenta el Diccionario de la Real Academia Española,
que describe este concepto como el “conjunto de modos de vida y costumbres,
conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial,
en una época o grupo social, etc.” (Real Academia Española, 2015; el énfasis es
añadido).
Aun con todo lo anterior, Gutiérrez, Crespo y Martin-Díaz
(en: Membiela, 2001) plantean un aspecto sobre el cual se debe reflexionar
profundamente:
Existe
un problema real, que se traduce en que, para amplias capas de la sociedad, la
ciencia se considera cada vez más alejada de lo que se entiende por cultura y
nuestros alumnos cada vez muestran menos interés o tienen una imagen negativa
de ella […]. (p. 24)
En definitiva, esto entorpece la formación, diseminación
y permanencia de una cultura científica que permita tener una ciudadanía más
informada, capaz de opinar, discutir y decidir sobre temáticas relativas al
avance científico-tecnológico que están íntimamente relacionadas con su
vivencia personal y comunitaria más cercana. Los mismos autores plantean que,
en parte, se debe reconocer que la enseñanza de las ciencias en la actualidad
no va dirigida a la formación de cultura científica general, sino de la transmisión
de conocimientos técnicos en ocasiones muy específicos y muy ligados al manejo
matemático de fórmulas y ecuaciones que para los jóvenes parecieran carecer de
significancia afectiva, como lo plantearía Ausubel en su teoría del aprendizaje
significativo (Gutiérrez, Crespo y Martin-Díaz, en: Membiela, 2001; Vargas,
1997).
De allí, por lo tanto, surgen una serie de problemáticas
asociadas al pobre o nulo fomento que se da a la cultura científica en la
educación obligatoria. En primer lugar, se tiene el aspecto más práctico de la
cuestión. En una sociedad que cada vez ofrece una mayor cantidad de
alternativas de servicios, bienes y productos, es difícil tener un juicio
fundamentado que permita decidir por unos sobre otros. Con un a-cervo
científico cultural pobre, estas decisiones son todavía más difíciles (Pérez,
2013).
Ahora bien, y en la misma línea, esta pobre “cultura
científica de los ciudadanos” plantea severos retos para una sociedad
democrática. En la actualidad, son muy di-versos los temas que requieren de la
atención de toda la ciudadanía y no de un conjunto selecto de ciudadanos que
tomen las decisiones por los demás. Pense-mos, como ejemplos de la realidad
nacional, en las discusiones que suscita la fertilización in vitro, el aborto y el uso de semillas transgénicas.
Otro aspecto práctico relacionado a la pobre cultura
científica de la ciudadanía que plantea Pérez (2013) es el pánico que provoca
la desinformación y el surgimiento y popularización de ciertas prácticas
“científicas” que realmente carecen de funda-mento técnico y son utilizadas por
las personas con descuido y en los casos más graves, con serios daños a la
salud de las personas. Ejemplos de esto son la homeopatía (la más popular),
aunque también hay otras medicinas alternativas que muchas veces son promovidas
como “milagrosas”. Sin duda, esto supera los límites de la acción individual y
compromete la salud pública y la atención en el servicio social de salud.
En un segundo lugar, también se puede mencionar las
consecuencias macroeconó-micas del no fomento de una cultura científica a nivel
nacional. En definitiva, el que los gobernantes y otros líderes sociales
carezcan de una cultura científica que favorezca la toma de decisiones que
favorezcan la innovación, la investigación y el desarrollo, mediante la
promoción de espacios de investigación, creación de centros especializados y el
otorgamiento de becas para el desarrollo de proyectos o para la formación de
posgrado de mentes brillantes que posteriormente puedan aportar al país con su
labor profesional. Con esto se quiere afirmar la relación estrecha que existe
entre una fuerte cultura científica y la competitividad regional y nacional
(Borjas y Burcio, 2006).
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